- Perdone... ¿No viene usted a ver a Laura?
- No, Enrique... vengo a ver a su padre -dijo Smith.
- De acuerdo, espere un segundo.
- ¿Está aquí... ella?
El mayordomo se detuvo y, sin girarse, contestó con desdén:
- Sí, la Señorita Laura está de visita, organizando los preparativos.
- Bien, bien, mejor... Bueno, no, mejor no... pero da igual... o sea... Llame al Señor Henderson, hágame el favor, amigo.
Enrique se perdió, incrédulo, en el interior de la mansión. Smith alejó cualquier pensamiento extraño, observando el exterior de la finca. No le importaba Laura; era agua pasada. Ni una lágrima más para ella.
Hacía ocho años que no visitaba a los Henderson y todo seguía igual. Igual de bien: viñedos, caballos, hostelería y empresas de todo tipo. Todo el mundo parecía trabajar para esa familia y, año tras año, aumentaba el pedazo de planeta que poseían. Estaba en el lugar preciso, pensó.
Alguién gritó en el jardín. Smith se pasó la mano por la cabeza, tratando de peinársela y llevarse el sudor.
Conoció a Laura durante una excursión con los boy scouts; ambos tenían quince años y se cayeron bien de inmediato. A los diecisiete eran novios. A los diecinueve estuvieron a punto de hacer el amor y decidieron esperar a casarse para empezar a tener hijos. A los veinte Smith confesó que quería ser policía y, dos meses después, el que iba a ser su suegro le hizo la vida imposible. Laura rompió la relación poco después y nada más supo de ella.
- ¿Qué cojones haces aquí?
- Señor Henderson, buenos días -contéstó sonriente.
Norman Henderson era un empresario multimillonario con un montón de gente a su servicio. Un hombre atractivo, viril y despiadado: nunca cambiaba de opinión; nunca repetía las cosas. Rodeó a Smith. Lo miró de arriba a abajo.
- Estamos muy liados, Johnny. Laura se va a casar el mes que viene... Con Mark, un chico estupendo...
- Entiendo, pero... No he venido por eso, Señor.
- ¿Ah, no? -se sorprendió el Señor Henderson.
- No, no... Su hija ya no me interesa. Me rompió el corazón y... aprendí a vivir con ello.
- De acuerdo... Están fuera, en la piscina... ¿Quieres pasar a saludar, poli?
Por alguna razón, el Señor Henderson odiaba a la policía. Quizá tenían algo que ver sus contactos con la mafia, relación que le permitió amasar esa terrible fortuna en tan poco tiempo.
- Ya no soy poli.
- ¿En serio?
- Lo he dejado, tengo... un negocio en mente.
El Señor Henderson se acercó a Smith. Parecía contento.
- Espera, espera... ¿Para eso has venido?, ¿no quieres ver a mi hija?
Smith carraspeó, ofreciéndole la bolsa de plástico que traía de casa.
- ¿Qué es esto?
- Una merluza. Mi madre se ha... Bueno, me ha dicho que a usted le gusta la merluza y cuando se ha enterado de que iba... en fin... la pescaron... no sé... Tiene buena pinta. Es de nuestra pescadería, ya sabe... la mejor de la zona, dicen...
- Sorprendente. Pasa –dijo el Señor Henderson dándole la bolsa al mayordomo.
En el jardín, Laura y Mark se besaban bajo una de las sombrillas.
- Esas manos quietas, amigo –dijo el Señor Henderson.
- Perdón, Señor, pero es difícil resistirse -sonrío, teatral, un hombre de unos treinta, guapísimo de melena rubia.
- ¿John? –preguntó Laura, sorprendidísima.
- Laura –contestó Smith, serio, haciéndose el interesante.
- ¿Qué... Qué haces aquí?
- Ha venido a participar en la carrera –dijo el Señor Henderson.
- ¿Ah, sí?
Smith no contestó. Sabía que no había que contradecir al Señor Henderson. Se sentó en el suelo y abrió una cerveza. Sudaba como un cerdo.
- Hola, soy Mark Wiggs, arquitecto.
- Smith.
- Es policía –dijo Laura.
- Ya no –dijo su padre.
- ¿Ah, no?
- No. Ahora me dedico a... otros menesteres.
- Ahora trabaja conmigo. Porque es un tío con pelotas, no un vago, ¿entiendes Mark? John Smith sabe lo que quiere, sabe levantar la cabeza y agarrar la vida por los cojones. No es un puto marica.
Smith escondió su nerviosismo tras la cerveza, que apuró de un trago.
Mark, ofendido, se puso en pie.
- De acuerdo, Señor Henderson, usted gana: correremos esa carrera. Y si gano yo, me casaré con ella. Y usted lo aceptará.
- Y si pierdes, sales de esta puta casa y dejas de ver a mi hija.
- De acuerdo.
- ¡Mark!
- Tranquila, llevo toda la vida conduciendo lanchas. Usted ponía las reglas: ¿algo que debamos saber?
- Que vamos por parejas.
- ¿Qué significa eso?
- Que vosotros vais en la de Laura y mi amigo Smith y yo en otra.
- Vale.
- Mark, no sé... John es poli.
- Era poli –corrigió Smith.
Media hora después, mientras Laura y Mark navegaban en círculos, Smith echaba un vistazo al casco que le había tocado.
- Parecen del futuro, ¿eh?
- ¿Qué dices?
- Eh... no... Señor Henderson, respecto a las razones que me han llevado a visitarle hoy...
- Déjate de chorradas. Quieres dinero, ¿no?
- Sólo un préstamo. Parece que un error burocrático está retrasando el cobro de mis...
- Hazme ganar esta carrera y te daré cincuenta mil dólares.
- Joder...
- Eras bueno con estas cosas, ¿no?
- Sí, sí...
- Pues venga...
- Ah, pero... ¿tengo que conducir yo?
El Señor Henderson se quitó el casco. Se acercó a Smith y lo agarró del cuello.
- Escucha, imbécil. Me caes mal desde el primer día que te vi. Eso lo sabes, ¿verdad? Pero a ese Mark, el arquitecto de la mierda puta... ¡Joder! A ése lo odio con toda mi alma. Sé reconocer a un hijo de perra ladrón en cuanto lo veo y tengo muy claro que ese rubiales no se va a quedar con el coño de mi hija... y mucho menos con mi dinero.
- Entiendo... Señor. A mí tampoco me parece trigo limpio; mis años en el cuerpo me han ense...
- Ahora quiero que entiendas una cosa: me juego mucho en esta carrera. Soy un hombre de palabra y tendrás tu premio... Pero si perdemos...
Soltó a Smith. Sonrió.
- Hace tiempo me dijeron que eras bueno conduciendo cualquier cosa... ¿Es cierto?
- Claro, claro... Norman...
- ¿Podemos ganar esta carrera?
- ¿Por cincuenta mil?
- Sí.
Arrancan. Enrique, desde el helicoptero, da la salida. Concentración. Smith ruge, es un tiburón, enorme, asesino. El mar, humillado, se abre ante él, le deja paso. Su mente, en blanco, le indica el camino. El tiempo se detiene. Va a ganar la carrera. Zen. Dios. Partículas subatómicas. En la tercera vuelta, a quinientos metros de la meta y con diez segundos de ventaja sobre la lancha de Mark y Laura, se da cuenta de que, por fin, las cosas van a ir bien. Llora de emoción, de poder; piensa en el Señor Henderson, en lo buen tipo que parece. Y en Laura, en que nunca la ha visto desnuda:
Descárgate el vídeo aquí.
martes, 25 de agosto de 2009
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